Memento mori… (“recuerda que vas a morir” en latín)
Hay una certeza, y es que todos vamos a morir algún día. Lo incierto es el día y la hora de nuestro fallecimiento. Ante esta incógnita, la mayoría de nosotros vivimos como si fuéramos eternos. ¿Es realmente razonable o sabio actuar de esta manera?
Define la edad de tu partida
Si vives ignorando la existencia de la muerte, corres el riesgo de vivir de manera superficial e irresponsable. Al no saber el año de tu muerte, es aconsejable definir arbitrariamente la edad a la que crees que vas a morir. Al hacerlo, crearás una intensidad en tu vida e incluso un sentido, una dirección. Si no haces esto, tu subconsciente creerá que eres eterno y desperdiciará el tiempo de manera imprudente. Dite a ti mismo, por ejemplo, que morirás a los 91 años, o menos si es necesario crear un poco más de intensidad, ¿por qué no a los 71 años? Parece mucho, pero es insignificante en comparación con la eternidad. Ante estos números de dos dígitos, creas urgencia, un potencial de intensidad que tu cerebro aprovechará. Ahora se lanza una cuenta atrás, y tendrás que hacer lo mejor que puedas para aprovechar al máximo el tiempo restante que te queda.
El límite crea intensidad
Necesitas ser consciente de la muerte en todo momento, por así decirlo, para vivir plenamente. Te has dado cuenta de esto en el pasado: cuando estableces un límite de tiempo para completar una tarea, eres mucho más eficiente y concentrado. Esto es, de alguna manera, utilizar los efectos de la Ley de Parkinson en tu propio beneficio. Esta ley establece que un gas tenderá a ocupar todo el espacio que se le dé, al igual que una tarea tenderá a ocupar todo el tiempo que se le asigne.
¿Por qué es necesario introducir intensidad?
La intensidad le da sabor a la vida. ¿Realmente serías feliz si pudieras vivir indefinidamente? La vida perdería inmediatamente su sentido. Lo que le da sentido a la vida son los límites que se le imponen. El problema es que vivimos en una especie de ilusión. Aceptamos la monotonía y la infelicidad, pensando que disponemos de un recurso indefinido de tiempo. No es así. El tiempo es mucho más precioso de lo que pensamos, y es peligroso desperdiciarlo de manera descuidada.
Vive como si fuera tu último día, aprende como si fueras eterno. – Gandhi
Gandhi nos da un consejo aún más fuerte. Nos invita a cultivar una forma de paradoja. A menudo, la verdad se encuentra entre dos ideas contrarias. Esto es lo que observamos en el taoísmo. Es difícil vivir realmente como si cada día fuera el último. Si ese fuera el caso, dejaríamos de trabajar inmediatamente y pasaríamos las últimas horas restantes viviendo con nuestra familia. Sin embargo, entrenarnos para considerar la vida como finita nos ayuda paradójicamente a desarrollar nuestra dimensión infinita. Es porque sabemos que vamos a morir que nos interesamos en la filosofía y la espiritualidad. Por el contrario, al creernos inmortales, a menudo nos sumergimos en el vicio o la depravación. La conciencia de la muerte y la finitud del tiempo resultante son las principales fuentes de sabiduría que un individuo puede tener a su disposición. Vivir como si ya estuviéramos muertos, de alguna manera, nos ayuda a mantener nuestra medida y a centrarnos en lo esencial.
El poder de la cuenta atrás
Saber que vamos a morir en un número determinado de años pone nuestras acciones en perspectiva: todo se vuelve solemne. Sabiendo que todo es impermanente, recogemos los momentos de la vida como recogemos flores frescas en el rocío de la mañana. No esperamos para decirles a las personas que las amamos y nos preocupamos por ellas. No perdemos tiempo en ayudar a un ser querido en necesidad. Hacemos todo lo posible para dejar un rastro de luz durante los pocos años de nuestra existencia.